Una ausencia puede doler
pero no es comparable
a cuando duele una presencia
firme en su empeño por existir
para recordarte que ni siquiera
tienes derecho a una soledad
donde desatar la argolla de la tristeza
y que ésta se abalance contra la pared
y grite y maldiga y se tienda
con las piernas encogidas
temblando
rompiendo aguas
como si acabara de nacer.
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