Mujeres de éxito, mujeres fracaso, mujeres domesticadas que mantienen la granja, mujeres salvajes y jóvenes, que salen en cacerías nocturnas con sus pinturas de guerra, sus bolsos de veinte euros, sus cueros ajustados.
Mujeres recias de aldea, tornasoladas por las estaciones que rodean las casas, los campos y las nubes al servicio de la tierra.
Mujeres rotas, aparcadas en clubes de carretera, llegadas en furgonetas Mercedes, con un papel en la mano y letra pequeña, donde se meten al cuerpo cinco hombres por noche y les queman por dentro los atardeceres, cuando hay que alquilar la carne en el piso de abajo.
Estatuas de sal en los confines del desierto. Lapidadas, con ablaciones, con la cabeza rapada en campos de concentración ardiendo. Rosas de los vientos, puntos cardinales, espinas clavadas con los pechos secos.
Mujeres de oro y perfume. Sexo en Nueva York, sombras de Grey.
Literatura de autobuses urbanos y metros. Poesía de mesilla de noche. Princesas dormidas que friegan escaleras. Cajeras que alimentan su fantasía con productos de oferta.
Mujeres en pisos pequeños, levantando el ánimo otra mañana. Apabulladas por las noticias escalofriantes, que regulan su sexo, su deseo. Dominaciones antiguas, culpables de pecados originales con dos copias: una para Dios, otra para el hombre.
Mujeres revolucionarias en los Consejos de Administración, con la misma ambición que los hombres. Distantes y frías como un diamante en un entierro.
Que pierden sus trabajos de ocho horas, que se ganan el pan con el corazón y su mente. Técnicas de mantenimiento.
Mujeres casadas, separadas, incansables. Curando las heridas de hombres cansados, desesperados, enamorados. Comienzo y final de los viajes de los paisajes interiores. Pacto, encuentro, conquista.
Mujeres golpeadas, marcadas por la bestia frustrada, que dicen que fue con una puerta, que callan la denuncia y se inmolan, que denuncian y se renuevan.
Mujeres que acarician la piel de un niño, que besan sus pies en mitad de su sueño, que amanecen con el pelo revuelto, extendido como un látigo que acaba de arrancar la piel a tiras. Y cada día repasan las lecciones, abren los libros, vuelan en sus páginas marcadas.
Mujeres de bazares, vigilando en pasillos, abriendo regalos de oriente, con sudor a plástico concentrado. Hablando en lenguas de imperios despiadados, con los ojos rasgados por no ver el cielo.
Mujeres que nos dan la vida y nos envuelven en sudario. Desnudas como papiros donde hay que escribir una historia que las libere.
Mujeres al borde de ataques de nervios, salidas de taxis de los ochenta, con crucifijos y banderines del Atlétic, fumando y escupiendo ácido. Destellos de ciudades ardiendo en plena noche, enfurecidas a plena luz del día.
Mujeres que se miran, que se besan en la parte reservada de los restaurantes, entre cajas de cerveza, entre escombros de animales que huelen a chatarra. Se tocan con las persianas bajadas y arquean sus espaldas como una ballesta. Y lloran, y ríen, y se persiguen alrededor de una mesa, para acabar envueltas en la saliva de sus trayectos.
Mujeres de ojos ventana, por donde entra el aire fresco que renueva la casa, y la luz de un día limpio. Puntos de sutura con hilo invisible.
Mujeres exclusivas, hechas para el lujo, reformadas en clínicas de látex, transformadas en biohembras. Con la maquinaria cambiada, imposible saber la hora en la que viven, en la que nacieron; sus fechas están olvidadas, escondidas entre sus pliegues.
Mujeres inalcanzables, soñadas y con sexo dedicado. Oraciones gramaticales donde sólo había palabras mudas, onomatopeyas, alaridos de placer y caos. Posesión de papel y pantallas, ráfagas nocturnas de goces habitados por manos desquiciadas.
Mujeres que se marchan, con un hijo en los brazos y la sentencia del juez, a buscar una salida de emergencia, un centro de acogida para seres humanos desgarrados.
Mujeres bomba que estallan en plena calle. Quemadas en hogueras de falsas vanidades, condenadas por herejes, excomulgadas por ministros de seres imaginarios, incorporadas a la cadena de producción de desilusiones.
Mujeres madres, olor a casa habitada, refuerzo y ajuste, para seguir funcionando como si nada.
Todas, con todas sus edades, colores y condiciones, sosteniendo al mundo, perpetuando la especie, entregando inteligencia a través de la belleza.