20 abr 2014
EL CORTE DE PELO
Ayer estuve en el Corte Inglés, un lugar que acoge a los cuerpos en siete plantas y dos sótanos.
Estuve paseando y preguntándome por qué Dios no me ha hecho del Barça o del Real Madrid. Estuve con un señor que estaba ilusionado desde hacía dos días con un partido, y no tenía otra cosa en la cabeza, y era feliz, o disimulaba muy bien su vacío. Estaba contento de sí mismo, de lo que piensa, o de lo que deja de pensar.
Y yo me fui al Corte Inglés. Me dirigí a la peluquería y pregunté si me podían cortar el pelo, sin mucha convicción. La chica joven consultó un cuadrante con nombres y me dijo que si.
Apareció otra chica joven y me lavó la cabeza mientras me preguntaba si el agua estaba bien. Interpretó una melodía en mis sienes con sus dedos. Yo calculaba que eso tiene un precio, pero no me importaba. Mi cabeza, descuidada y rota por dentro, mi cabeza que cambia de vida cuando enciendo su relámpago, ahora entregada a unas manos milagrosas.
Me invitó a que la siguiera, y lo hice. Podía haber estado dos días caminando tras ella, pasando por pasillos con luz fría y barata.
"¿cómo quiere que se lo corte?"
No sé, he venido aquí porque estaba aburrido, y el pelo y las uñas es lo único que le crecen a los muertos. He venido porque en las catedrales hay ocupas de la fe, en los bares ocupas del fútbol, en las librerías, libros de autoayuda, y no quiero que me ayude gente que me cobra. He venido porque llevo caminando toda la tarde, intentando que alguien revise mi cabeza, una ITV, un taller exprés.
La joven peluquera apoyaba su vientre en el reposabrazos, muy cerca de mi codo, sus manos olían a humedad y a alga marina. Me hablaba de lo que se habla a un cliente enfermo de normalidad. Yo intentaba evitar mirarme en el espejo, no me gustan los espejos, ni lo que veo en ellos. Le pregunté cosas: cuántas cabezas toca al día, si puede leerlas a través de las yemas de los dedos, qué hacen con todos esos pelos que barren, ¿es cierto que los venden a las fábricas de muñecas?.
Me cortó el pelo. Un poco, descargar le llaman en el argot.
Y me fui otra vez a las plantas de mercancías, a los sótanos, a los váteres donde siempre hay alguien que quiere vértela. A la salida, donde espero que suene la alarma, a la calle, con esa gente que tiene la cabeza sobre los hombros, el cuerpo destrozado de caricias, los labios llenos de sal de cacahuete, las ilusiones parecidas a una película de Walt Disney o la Pixar.
Está paseando el extraño, con el pelo cortado y un dolor insoportable. Cuanto más bella, más duele la vida, y las nuevas generaciones, cada vez más altas, más hermosas, más lejanas. Rodeado de primavera irrespirable, polinizando los segundos.
Está paseando el que parece que pasea, pero está enterrándose entre vosotros, mezclando su vida con vuestra vida, su respiración con esa invasión de cuerpos, de perfumes, de gasolina.
Estuve a punto de meterme en el Hamburgo's y meterme tres hamburguesas y mancharme de mostaza y ketchup, y sonreír a la servilleta y a los que miran por el cristal del pasaje, y llorar sobre el plato, dejarme caer con la boca torcida sobre el pan con doble de queso. Cada dos raciones, bebida gratis.
Estuve a punto de llamarte, pero ya lo he hecho alguna vez y siempre tienes planes, te rodeas de planes como si fueras el centro histórico de Madrid, o de Estambul. Te rodeas de gente, de actividades, de viajes, de quehaceres inaplazables. Te obligas a ser feliz, a llenarte.
No te llamé, en su lugar me corté el pelo.
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