10 ago 2013

LA MUÑECA DE VIAJE

La muñeca hinchable tiene osteoporosis,
se le escapa el aire por un poro.
Yace como plástico pinchado
amante de cloruro de vinilo.
Es una walkiria del  a la que le gruñen los abrazos
las lágrimas le resbalan por el pecho y nunca cruza las piernas.
Un especialista me dijo que podría ser del calor, se dilatan y rompen la costura.
Le pregunté si podría haberse cansado de mí, si quizás se deprimió porque la escondía cuando tenía visitas o porque no le había presentado a mi madre.
La muñeca lloraba
quería cerrar la boca, los ojos y descansar
quería juntar las piernas y ponerse vestidos bonitos
que le dijera cosas de esas que se dicen cuando sigues las instrucciones.

Quizás fue porque no la sacaba a cenar, ni la llevaba al cine
o porque no le puse un nombre
me hubiera costado poco llamarla Ingrid, Ioana
o Clorura de Vinila.

La lavaba con agua tibia y la tendía en la galería
montada en la bicicleta con el maillot amarillo.

La tenía guardada en una bolsa de plástico, como ella
y la cremallera
siempre le pellizcaba el corazón.

Creo que el aire que salió era su alma
o el alma de todas aquellas muñecas de plástico, silicona, o de carne y hueso
que se clavan el primer filo que encuentran
porque no pueden cerrar las piernas
ni hablar
ni volver a ver a su familia
ni creer en ellas mismas
y pierden la forma
para dejar de sufrir.




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