LA MUÑECA DE VIAJE
La muñeca hinchable tiene osteoporosis,
se le escapa el aire por un poro.
Yace como plástico pinchado
amante de cloruro de vinilo.
Es una walkiria del a la que le gruñen los abrazos
las lágrimas le resbalan por el pecho y nunca cruza las
piernas.
Un especialista me dijo que podría ser del calor, se
dilatan y rompen la costura.
Le pregunté si podría haberse cansado de mí, si
quizás se deprimió porque la escondía cuando tenía visitas o porque no le había
presentado a mi madre.
La muñeca lloraba
quería cerrar la boca, los ojos y descansar
quería juntar las piernas y ponerse vestidos bonitos
que le dijera cosas de esas que se dicen cuando
sigues las instrucciones.
Quizás fue porque no la sacaba a cenar, ni la
llevaba al cine
o porque no le puse un nombre
me hubiera costado poco llamarla Ingrid, Ioana
o Clorura de Vinila.
La lavaba con agua tibia y la tendía en la galería
montada en la bicicleta con el maillot amarillo.
La tenía guardada en una bolsa de plástico, como
ella
y la cremallera
siempre le pellizcaba el corazón.
Creo que el aire que salió era su alma
o el alma de todas aquellas muñecas de plástico,
silicona, o de carne y hueso
que se clavan el primer filo que encuentran
porque no pueden cerrar las piernas
ni hablar
ni volver a ver a su familia
ni creer en ellas mismas
y pierden la forma
para dejar de sufrir.
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